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La voz silenciada de la Tierra

Los desastres naturales, que ahora ocurren con una frecuencia aterradora, no son castigos divinos ni caprichos del azar. Son la respuesta de un planeta que intenta equilibrar el caos que hemos sembrado.

Jueves 29, ene 2025 por Ahudelis Vásquez

Santo Domingo, RD – La Tierra, nuestra morada y testigo silenciosa de milenios de historia, grita en un lenguaje que hemos olvidado escuchar. Es un grito de océanos que se alzan con furia, de bosques que se desvanecen en un suspiro de cenizas, y de un aire que, cargado de veneno, lucha por seguir alimentando nuestra existencia. En nuestra búsqueda incesante de progreso, hemos ignorado la poesía de la naturaleza, su equilibrio perfecto, y la hemos reemplazado por un ruido ensordecedor de máquinas y consumo.

El medio ambiente no es una entidad ajena a nosotros; es nuestra piel, nuestro aliento, nuestra sangre. Sin embargo, lo hemos tratado como un recurso inagotable, como una alfombra bajo nuestros pies donde dejamos caer nuestras sobras. Tal vez olvidamos que cada árbol talado lleva consigo la memoria del aire que respiramos y cada río contaminado es un eco de nuestra propia toxicidad.

Los desastres naturales, que ahora ocurren con una frecuencia aterradora, no son castigos divinos ni caprichos del azar. Son la respuesta de un planeta que intenta equilibrar el caos que hemos sembrado. Cada inundación, cada incendio forestal, cada ola de calor nos recuerda que el tiempo de las excusas ha terminado. La Tierra no nos pertenece; nosotros pertenecemos a ella.

Y, sin embargo, aquí estamos, en esta encrucijada. Sabemos lo que está mal: el plástico que asfixia los mares, las emisiones que calientan los cielos, el cemento que devora la vida. Pero nos cuesta mirar más allá de nuestro pequeño mundo de comodidades. Pensamos que alguien más solucionará el problema, que una nueva tecnología o una próxima generación hará lo que nosotros no tuvimos el coraje de hacer.
Pero, ¿y si no hay un «después»?

La reflexión dura, pero necesaria, es esta: somos tanto el problema como la solución. Es tiempo de dejar de culpar y comenzar a actuar, no como individuos aislados, sino como una colectividad consciente. Sembrar árboles ya no es un gesto simbólico; es una promesa de oxígeno. Reducir el consumo no es una moda; es una obligación ética. Cuidar el agua no es un capricho; es garantizar la supervivencia.

La naturaleza aún conserva su poesía, pero está plagada de cicatrices. En cada amanecer todavía podemos ver su resistencia, su belleza irreductible. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a ser parte de su salvación o continuaremos siendo los arquitectos de su destrucción?

El medio ambiente nos llama, nos suplica que volvamos a escuchar su voz. Y en esa súplica, también está nuestra propia salvación. Hoy es el día para despertar, para unirnos a la danza armoniosa que la Tierra nos ha mostrado siempre. Porque, al final, salvar al planeta no es salvarlo a «él». Es salvarnos a nosotros mismos.

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